Ella, era un susurro entre los cacaoteros. No por misteriosa, sino por la forma en que sus manos parecían hablar con las mazorcas, por la sabiduría que brillaba en sus ojos al observar los granos fermentar bajo el sol.Desde niña, Ella había aprendido los secretos del cacao, heredados de su abuela y de las mujeres que la precedieron. Sabía cuándo la mazorca estaba madura, cómo la fermentación debía danzar entre el calor y la humedad, cómo el secado debía ser un abrazo suave del sol.
No era una científica de laboratorio, ni una chef de renombre. Ella era la tierra misma, la guardiana de las tradiciones. Sus manos, curtidas por el sol y el trabajo, eran el legado de generaciones de mujeres que habían cuidado el cacao con amor y dedicación.
Un día, una joven investigadora llegó a Chuao y a Cumboto, buscando comprender los misterios del cacao venezolano. Ella, con su paciencia infinita, le enseñó los secretos que no se encontraban en los libros. Le mostró cómo la textura de la hoja revelaba la salud del árbol, cómo el aroma de la fermentación contaba la historia de los granos.
La investigadora, maravillada, comprendió que Ella era la verdadera maestra, la depositaria de un conocimiento invaluable. Juntas, comenzaron a trabajar, combinando la ciencia y la tradición, buscando nuevas formas de preservar la calidad del cacao venezolano.
Ella, con su sonrisa sabia, observaba cómo su legado se extendía, cómo su conocimiento florecía en manos de otras mujeres. No necesitaba premios ni reconocimientos, su recompensa era ver cómo el cacao, su cacao, seguía siendo el tesoro, el orgullo de Venezuela.
Y así, Ella siguió siendo el alma de los campos de cacao, un susurro entre las mazorcas, un faro de sabiduría y amor, un ejemplo de que el verdadero conocimiento se encuentra en la tierra, en las manos que la trabajan, en los corazones que la aman.
Febrero, 2025.
Explorando el cacao entre las montañas de Cumboto.
Febrero, 2025.
Explorando el cacao entre las montañas de Cumboto.
Ing. Mileidys Nieves
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